Ya no se oía el martilleo en el puerto. Su respiración tampoco. A cada cuál le llega su turno.
El viejo trabajaba con la cabeza inclinada sobre las rodillas, el dolor de cuello y la ansiedad le causaban tintineos en el oído que no cesaban hasta que llegara alguien más.

Ya, Cenicienta, para ya, o sigue más. No querrás terminar como aquél viejo muerto y embalsamado.
¿Qué haces? ¿Qué hacías? ¿Qué pretendías con hablarme así? ¿Te parece que estoy vieja? ¿Crees que tengo algo en común con Cenicienta?
Esto me recuerda a aquella vez, en que, ávidos de sensaciones, ante la celda del condenado a muerte, nos miramos sin saber que tal vez estaríamos luego nosotros ahí, y, pestañeando calculadamente, prestábamos atención a la longitud de cada pestaña.

Salimos de ahí y nuestros brazos y nuestras piernas estaban llenas de arañazos. Como cuando en una fiesta, salen dos amantes del baño y actúan por desamparo común de manera que no se sepa la causa de ésto y entonces, con la mejor voluntad quieren evitar la convención que cae sobre ellos de manera que no se sepa, no por pena ni vergüenza, lo que son y la relación que llevan, como, por ejemplo, el matrimonio.

Resulta difícil poder alimentarse del otro y así formarse y no como si fuese una clase de mosquito… porque los mosquitos no se chupan la sangre entre sí, no al menos cuando sufren del fenómeno connubial.
Esto, sucede cuando surge la necesidad económica o biológica entre dos personas, y muy de vez en cuando, cuando se sienten afianzados de verdad. En otras palabras… arraigados, unidos. Enamorados.
– Hora de dormir.
Ya no se oía el martilleo en el puerto. Su respiración tampoco. A cada cuál le llega su turno.
El viejo trabajaba con la cabeza inclinada sobre las rodillas, el dolor de cuello y la ansiedad le causaban tintineos en el oído que no cesaban hasta que llegara alguien más.

Ya, Cenicienta, para ya, o sigue más. No querrás terminar como aquél viejo muerto y embalsamado.
¿Qué haces? ¿Qué hacías? ¿Qué pretendías con hablarme así? ¿Te parece que estoy vieja? ¿Crees que tengo algo en común con Cenicienta?
Esto me recuerda a aquella vez, en que, ávidos de sensaciones, ante la celda del condenado a muerte, nos miramos sin saber que tal vez estaríamos luego nosotros ahí, y, pestañeando calculadamente, prestábamos atención a la longitud de cada pestaña.

Salimos de ahí y nuestros brazos y nuestras piernas estaban llenas de arañazos. Como cuando en una fiesta, salen dos amantes del baño y actúan por desamparo común de manera que no se sepa la causa de ésto y entonces, con la mejor voluntad quieren evitar la convención que cae sobre ellos de manera que no se sepa, no por pena ni vergüenza, lo que son y la relación que llevan, como, por ejemplo, el matrimonio.

Resulta difícil poder alimentarse del otro y así formarse y no como si fuese una clase de mosquito… porque los mosquitos no se chupan la sangre entre sí, no al menos cuando sufren del fenómeno connubial.
Esto, sucede cuando surge la necesidad económica o biológica entre dos personas, y muy de vez en cuando, cuando se sienten afianzados de verdad. En otras palabras… arraigados, unidos. Enamorados.
– Hora de dormir.